Hoy salí de mi casa. El sol chocó con mi rostro, y me encandiló durante el resto del día. No podía recordar el brillo del sol, y me escondí detrás de un árbol de grueso tronco. "Quizás esto me proteja", pensé, y me senté en la fresca sombra del gran árbol que tenía a mis espaldas. Esperé que el sol bajara, hasta que me quedé dormida en la penumbra del atardecer. Cuando desperté, ya había anochecido, y la Luna no brillaba para mí; era obvio que no encontraría el camino a casa otra vez. ¡Oh, ironías! ¡Había oculto mi rostro del Sol, siendo éste el único medio con el que podría volver a mi hogar!
Y así me quedé; encandilada, y somnolienta, sin poder volver a mi casa.
Por primera vez en mi corta vida extrañé la calidez y luz del Sol.
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Lina M.
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