lunes, 11 de abril de 2011

A hundred nights.

Había visto con anterioridad esta escena; lo sé, porque frente a mi nariz se dibujaban los mismos paisajes sureños que vi en mi infancia. Creo que tenía unos 9 años cuando vi por última vez las lagunas de Valdivia, y por ese entonces era una niña pizpireta y vívida que rebosaba de energía vital por donde le viesen. Ahora tengo 25 años, y me siento muy remota a aquella niña que solía ser. 

Hacía frío afuera, y mi nariz se asimilaba mucho a un pequeño témpano de hielo que flotaba gracioso sobre mi cara. (Creo que tendré que cortarla). El aire tenía olor a pan horneado, y a lo lejos podía escuchar el nítido mugido de algún ganado que despabilaba temprano en la mañana. También podía oír el viento chocando con el tejado de la casa del Tío Jorge. Las ovejas, los gatos, los perros, y el cochero que pasaba todas las mañanas repartiendo el correo, directamente traído desde el pueblo.

El pan estuvo listo en poco rato, y todos nos sentamos a comer. Sobre la mesa de madera que había en el pequeño comedor, la Tía había puesto centenares de alimentos; mermeladas de todo tipo, leche caliente, pan recién hecho, café, y otras cosas que no logro recordar. Recuerdo que mis primos menores, el Max y el Seba, se tiraron en picada sobre el pan y la mermelada; y después de haber engullido 6 cada uno, la Tía tuvo que contentarlos con un plato de Chocapic con leche caliente. Nadie les dijo nada, por supuesto. Solo reímos , y les miramos con admiración por tal capacidad estomacal.

Luego, cuando todos se encontraban listos, partimos en el Chevy 500 del Tío hacia el Puerto pesquero de Queule, que, por suerte, no quedaba tan distante de San José. Gastamos el resto de la mañana ahí, y junto con mis primos, partimos a la playa a escarbar la arena a ver si se asomaba alguna concha, o "tesoro marino", como solíamos llamarles nosotros. A la hora de almuerzo, la Tía compró empanadas de mariscos, y comimos 2 cada uno. A eso de las 3, partimos a la playa a pasear por la costa.

Volvimos a la casa a eso de las 7 de la tarde, y con el Seba salimos a jugar con la oveja que tenían los Tíos en la casa. La oveja se cabreó de nosotros, así que el Sebastián partió a jugar con el gato, y yo partí por mi lado, directo a la casa del perro. Hacía un frío horrible, y los dientes de ambos castañeaban como uno de esos juguetes de cuerda antiguos, pero seguíamos empeñados en enfurecer al perro, y que éste nos persiguiera por toda la parcela. Al final del día, terminamos sentados en uno de los sillones de mimbre de la casa, tapados con un grueso cobertor de plumas, devorando un pedazo de pan de pascua que mi mamá trajo del supermercado; y como niños, mirando los dibujos animados cuando pasaban las noticias por Televisión nacional.

Eso es todo lo que puedo recordar de aquellas vacaciones. Cada vez que veo la fotografía que la Tía envió desde Valdivia, hace muchos años atrás, esas imágenes asaltan mi memoria, siempre tan nítidas como la última vez que recorrí esos terrenos lodosos y húmedos. Incluso, el olor a tierra húmeda sigue impregnado en lo más profundo de mi cerebro (¿Es posible recordar olores? No lo sé), y los rasguños del gato Bernardo siguen haciendo cosquillas, igual que la última vez que lo tomé en mis brazos y lo llevé a la fuerza a su cama. 


Es hora de apagar el portátil e ir a trabajar. Desde mi departamento en pleno Santiago, el trabajo no queda tan lejos, así que me iré caminando. Además, el día está nublado y hay olor a leña quemada en el aire, será algo lindo de recordar.

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Lina M.

Muy en contra de mi costumbre de dejar relatos inconclusos, hoy aclararé puntos importantes:


- Este relato no es 100% autobiográfico. Sí tomé elementos que yo he vivido (las vacaciones en Valdivia, y los lugares que se mencionan, los animales, y otros pequeños detalles; el nombre de mi tío, por ejemplo, o los de mis primos), pero no todos son reales. 


Extraño a mis tíos en Valdivia, la verdad de las cosas, por eso quería rememorar un poco de aquellas vacaciones de invierno. Son una de las mejores que he vivido en mi corta existencia, y agradezco mucho la hospitalidad de mis Tíos al dejarnos alojar en su casa. Ya no viven ahí, pero creo que si pudiera volver algún día a esa casa, sería increíble. Los quiero mucho, y les echo de menos. 

Eso es todo, gracias por leer. 

XO.
LinaOFF.

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